Polosecki y los personajes anónimos

poloPara Fabián Polosecki los personajes anónimos fueron parte de su estilo periodístico. Lo llamaban Polo y había impuesto un estilo más propio de la gráfica en el mundo televisivo: él mismo era una suerte de visitante que traía un lenguaje propio. De hecho, venía de otro mundo, ajeno al de las cámaras: era un tipo con calle que se había formado en las redacciones –había trabajado en Radiolandia cubriendo la noche porteña; en Fierro, una revista de historietas y en el diario Sur– y se había propuesto contar historias reales cuando todavía no eran moda las crónicas urbanas ni los reality shows. “El día tiene 24 horas de inteligente silencio, hay que saber interrumpirlo con algo que pueda mejorarlo y casi nunca se logra”, decía, a fines de 1993, al comienzo de cada edición de El otro lado. 

Se había convertido en una de las figuras más interesantes de la televisión: en pleno menemismo era un referente para un público que valoraba el estilo que había forjado y que era muy distinto al que se había visto en la TV hasta entonces.

Mientras que en los 90 la televisión era reflejo de una época de farandulización de la política –con el videoclip imponiendo su estética alocada y fragmentaria– él había encontrado nuevos códigos. En sus dos programas, El otro lado –por el que ganó tres Martín Fierro entre 1994 y 1995 y que paradójicamente salía por una ATC conducida por ese entonces el ultramenemista Gerardo Sofovich– y El visitante –una vuelta de tuerca de la fórmula anterior– había impulsado la irrupción en el medio de la “gente común”, personas incluso muchas veces sumidas en la marginalidad; había impuesto silencios allí donde todo era ruido y probado que las historias y las voces de los habitantes menos visibles del paisaje urbano merecían espacio. Para él, la clave estaba en el punto de vista: cuando el país y los medios eran un desfile de extravagancia y falso glamour, hacía foco en los trabajadores, los presos, las prostitutas, los camioneros, los ciegos y los vagabundos, para escuchar lo que en el fondo tuvieran para decir.

Una mañana dijo: “Hay un estilo periodístico que no puede guardarse nada, parlotea y explicita todo: es como el porno. A veces el silencio dice más, y no es una forma de ocultamiento. Yo estoy aprendiendo a escuchar y no me interesa apurarme”.


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